sábado, 15 de agosto de 2020

Certezas

Foto: Manuel Jesús Rodríguez Rechi. 
El pánico a una nueva oleada, el desconocimiento, la crisis económica, las batallas políticas... Nuestras familias, nuestros seres queridos, nuestro día a día. El menú que sirve en este nuevo 15 de agosto no es apetecible. El mundo tiene miedo, tiene rabia, tiene pena. ¿Dónde está el remedio? ¿Cuándo? ¿Cómo? La humanidad ha recibido el golpe que no esperaba, el as en la manga que tenía guardado la vida. 

Y en medio de todo esto, amanece un 15 de agosto. Y la luz que todos los años se viste de anuncio en la ciudad, llora desconsolada viendo que hoy no recibirá su premio. La Virgen no sale. Entonces, ¿cómo es posible que la pandemia no se sienta ganadora? ¿Por qué gana Sevilla? Esta tierra, para lo bueno y para lo malo, es especial. Porque vive de sus instintos. Y en los instintos encuentra sus certezas.

¿Qué hay más sincero en Sevilla que la sonrisa de la Virgen de los Reyes? Nada. ¿Y acaso esa sonrisa vive solo en la madera de su rostro? Esa ternura, esa pureza, esa historia... Ahí está Sevilla, ahí están sus certezas. En los hombros de los padres que aupan a los hijos, en la oscuridad del camino que conduce hasta sus plantas, en las manos arrugadas y entrelazas de las ancianas... En las lágrimas que hoy derraman sus devotos, ahí está la verdad.

La Virgen de los Reyes tiene tanta verdad, está tan arraigada a las certezas del pueblo, que se ha convertido en un instinto de la propia ciudad. Por eso, justamente por eso, la Virgen de los Reyes es la Patrona de la ciudad. Porque va más allá de una gran devoción de masas, de una estética o de una moda pasajera. La Virgen de los Reyes no forma parte de la ciudad, la Virgen de los Reyes es la propia ciudad. Por eso la pandemia, aunque hiera, no puede ganarle esta batalla.

Las grandes certezas de la vida son las que laten por instinto. Vuelve a ser 15 de agosto, el Día de la Virgen. Y vuelve a latir en la ciudad el corazón que lleva siglos sonriendo a los problemas. No hay virus que pueda con esta forma de sentir. El reloj marca hora del reencuentro, el tiempo se vuelve a detener. Y todo, todo aquello que late en mí, son las certezas que me dan fuerza para seguir. Solo una cosa para pedir e infinitas las que hay que agradecer. Qué suerte sentir así, qué suerte llorar así.

Como llora la historia, como llora mi pueblo.
Como lloran los instintos, los latidos.
Como llora mi principio, que a la vez es mi fin.
Como llora mi abuela, la certeza más pura.


José Antonio Montero Fernández.

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