martes, 5 de junio de 2018

¿Y si cambiamos el chip?


Adaptar los actos extraordinarios por las efemérides de las distintas hermandades a las necesidades del siglo XXI, esa es la idea que persigo. Y la persigo porque creo que, con todo el respeto del mundo, nos estamos equivocando a la hora de concebir este tipo de cosas. ¿De verdad es tan necesario que una imagen salga a la calle de forma extraordinaria? ¿De verdad, tras poner en una balanza los puntos a favor y en contra, nos pesa más la idea de salir a la calle a otras?

Creo que tenemos que cambiar el chip. No me gusta nada, absolutamente nada, la frase “es que hacía falta que saliera el Señor/la Virgen a la calle”. Lo siento, no me gusta. No es que no me guste la frase en sí, lo que no me gusta es que la usemos como excusa para justificar el hecho de sacar a una imagen a la calle. Creo, sinceramente, que a muchas hermandades no les interesa este debate que propongo. Porque se tendrían que quitar la careta y se expondrían a la luz. Y a las hermandades no les gusta que se les vean las arrugas.

Vamos a empezar por el principio. Cierto es que las hermandades deben cumplir tres fines fundamentales: culto, caridad y formación. Además, por este orden. Y creo que es importante remarcar el orden porque igual ahí está el quid de la cuestión. Las hermandades son asociaciones religiosas subordinadas a la Iglesia católica cuyo fin primordial es fomentar el culto público a unas imágenes sagradas. Es decir, el día a día de las hermandades tiene que centrarse fundamentalmente en el culto público. Evidentemente, por los tiempos en los que vivimos, el fin de la caridad tiene que ir en paralelo (incluso en ocasiones hasta por delante) al del culto. Y, de la misma forma lo digo, es evidente que estos tres fines se pueden variar su importancia en función de cada circunstancia. Pero, insisto, el orden está claro: culto, caridad y formación.

Partiendo de este esquema, es cierto que las hermandades cumplen una función evangelizadora. Con mayor o menor capacidad evangelizadora, es cierto que las hermandades deben salir a la calle a evangelizar. Y a muchas otras cosas, por supuesto, pero principalmente a evangelizar. Planteo lo siguiente: ¿cuál es la mejor forma de evangelizar? Pues, en mi opinión, con el ejemplo. Las hermandades, cada minúsculo acto que estas realicen, tienen que ser espejos en los que uno pueda ver los valores que intentan transmitir.

Mi planteamiento es el siguiente. Entiendo que en Semana Santa y durante todo el año el culto tiene que ser el eje sobre el que gire el desarrollo de una hermandad. Lo ordinario en las hermandades, el día a día, es el culto. Un culto que, unido a la caridad y a la formación, llevan consigo una función evangelizadora. Pues bien, si esto es lo ordinario en las hermandades, ¿por qué no hacemos algo extraordinario, algo que además evangelice con el ejemplo, para celebrar una efeméride?

¿Y si en lugar de sacar a la calle tres veces a la Esperanza de Triana o pasear durante 24 horas a la Macarena por Sevilla cambiamos el chip y evangelizamos con el ejemplo? ¿Por qué no cambiamos salidas extraordinarias de miles y miles de personas por actos de caridad de miles y miles de euros? No es demagogia, es adaptar nuestro mensaje evangelizador a las necesidades del siglo XXI. Lo ordinario es salir a la calle, pues lo cambiamos por priorizar en la caridad. Pero si lo extraordinario, si el principal acto extraordinario que se plantea, es salir a la calle en lugar de para hacer estación de penitencia para ir y volver de la Catedral/darse una vuelta por el barrio… ¿eso es lo extraordinario? ¿Eso es lo único que se nos ocurre?

¿A ninguna hermandad se le ha ocurrido para celebrar una efeméride, por ejemplo, hacer un megaproyecto de caridad? Un megaproyecto en el que hablemos no de miles, sino de millones de euros. Se puede hacer, organizaciones con menos potencial económico y social que las hermandades lo han hacen. ¿A ninguna hermandad, para celebrar una efeméride, se le ha ocurrido llevar a cabo un megaproyecto de caridad que cuente con el apoyo de empresas, organizaciones, instituciones, medios de comunicación, etc? Se puede hacer, organizaciones con menos potencial económico y social que las hermandades lo hacen. ¿Por qué no elegimos predicar de esa manera? ¿Por qué lo centramos todo, lo coloreamos todo, alrededor de una salida extraordinaria?

No me pongan excusas tipo “es que una hermandad se deja los cuernos siempre y qué menos que salir ese día para celebrarlo”, “es que en los actos extraordinarios ya viene recogida una obra social importante”, “es que esta hermandad ya hace una labor social muy importante día a día”. Que no, que no me valen esas excusas. Hablo de evangelizar en un actor extraordinario con algo tan puro como es la caridad. Renunciar a algo para darle un beneficio al que lo necesita. Renunciar, insisto, renunciar. Esa es la clave, esa es la lección, esa es la evangelización.

Yo renuncio a celebrar esta efeméride en la calle y, además, regalo todo lo que iba a invertir en ello y más todavía con los que más lo necesitan. Insisto, en esa renuncia creo que está la evangelización. Yo no quiero llevar al Gran Poder a Los Pajaritos, prefiero llevar una acción social de millones de euros (insisto, es posible) que se vea en toda España y que ayude a soportar, dentro de lo posible, los problemas reales que tiene allí la gente. Creo que eso, amigos, es una celebración lógica y que se adapta a las necesidades del siglo XXI. Creo que eso ejemplifica, evangeliza, ayuda de verdad a la gente.

No es demagogia, es la gran verdad que muchos no queréis ver. Y no digo que no se hagan actos extraordinarios con las imágenes en la calle (algunos muy precisos y muy concretos), no se trata de eso. Se trata, simplemente, de adaptar el trabajo de las hermandades a la realidad que hoy nos toca vivir. Se trata, simplemente, de ser coherentes con el discurso que intentamos defender. Creo que va siendo hora de las hermandades cambiemos el chip.

La renuncia como forma de caridad.
La caridad como pilar de un acto extraordinario.
Se puede hacer, se debe hacer.
Pero creo que nunca se hará.
Esa es nuestra triste realidad.



José Antonio Montero Fernández.

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