Foto: Vía Crucis Magno de la Fe de Córdoba (2013) // Valerio Merino |
A uno le cuesta mucho escribir después
de lo visto durante estos días. La Magna de Córdoba, al igual que las
diferentes procesiones extraordinarias andaluzas de este estilo, vuelve a
evidenciar, por mucho que a mí me pese, que tenía razón. Una vez más, yo tenía
razón: la Semana Santa ha muerto. No duerme, como decía algún iluminado en su
día, está muerta. Y está muerta porque, como bien os conté en su día, vosotros
la habéis matado.
Y lo de Córdoba es un claro ejemplo:
más de 30 pasos con más de 30 imágenes de Cristo encima y cuatro gatos, siendo
generoso, se han acordado de Dios o de los valores de todo esto. Por supuesto que existe la Semana Santa sin Dios, siempre ha existido.
Pero siempre hay unos valores de por medio, un sentido, una medida… una lógica.
Igual me viene el tipo más ateo del mundo y me dice que es más cofrade que yo,
que soy creyente, y puede tener razón. Porque ese tipo puede tener y aportar a
la Semana Santa más valores que yo. Pero cuando ni está Dios ni están los
valores, ¿qué cuadro nos queda?
A cualquiera que le preguntes te dice
20 imágenes que salieron el pasado sábado en Córdoba, 20 bandas que tocaron, 20
momentos bonitos que se vivieron… Pero nadie, absolutamente nadie, me ha dicho
aún los supuestos motivos por los que se celebraba este evento. Cuando me he
enterado he alucinado más todavía. Y digo “supuestos” porque, para los que no
lo sepáis, todo esto es una burda campaña de publicidad que ha montado Demetrio
Fernández, el machista y homófobo Obispo de Córdoba. ¿Qué campaña de publicidad? Pues esa con la que lleva obsesionado desde hace más
de un lustro: la reivindicación de la catolicidad de la Mezquita-Catedral de
Córdoba. Que no os cuenten más historias.
Una campaña en la que se utiliza a
Dios como medio, no como fin. Esto no es un problema exclusivo de Córdoba o de
su Obispo, el problema está muy extendido en Andalucía. Y en Sevilla ni te
cuento. El cuadro siempre es el mismo: salidas extraordinarias, coronación de
tal Virgen, magna de tal ciudad de Andalucía… ¿A nadie se le ha ocurrido
cambiar una extraordinaria por una acción social? No me digáis la absurdez de
que “es que la salida extraordinaria también conlleva una obra de caridad”, os
lo pido por favor. ¿A nadie se le ha ocurrido cambiar una coronación por un
acto formativo alrededor de la Virgen? Nos dice el Papa Francisco que la
Iglesia del siglo XXI está en la calle y nosotros, en lugar de tirarnos a la
calle a ayudar a los que más lo necesitan, nos liamos a sacar pasos para
“evangelizar”. Qué manera de darle la vuelta a la tortilla… Venga, decidlo, que
lo estáis deseando… ¡demagogo!, ¡hipócrita!
Todo eso no vende, ¿verdad? Todo eso
no mola, no atrae, no es postureo, no es fácil… Preferimos lo simple y
llamativo a lo duro y silencioso. Preferimos la superficialidad a la cualidad.
Preferimos el postureo a Dios y a los valores. Y así nos va. Una Semana Santa
de cifras récord año a año, de una creciente riqueza artística, de una
atracción turística envidiable. Pero sin Dios y sin valores. Esa es la Semana
Santa que hemos creado. No sé cuándo ni cómo, pero es la que hemos creado. La
que habéis creado. Y habéis aniquilado, con total naturalidad, los valores y el
sentido constructivo y espiritual que este milagro hubiera podido tener.
Insisto, vosotros.
Pero entonces, después de todo esto, vas
al Corpus de San Bernardo y te encuentras con la verdad. ¿Y qué es la verdad? La
verdad es el niño que le dice a su madre que no entiende lo que es el
Santísimo. La verdad es la respuesta, la lección de su madre: “aunque no lo
entiendas, tú cada vez que lo veas acuérdate de todos nosotros y piensa en lo
que puedes hacer por los demás. Tranquilo, que ya lo entenderás”. ¿Qué nos
queda? La verdad. Siempre la verdad. O lo que es lo mismo, la esperanza. Y en
la esperanza todo es posible. Absolutamente todo.
Por favor, no sigamos con esto.
Por caridad, no lo desvirtuemos más.
Estamos a tiempo de salvarlo todo.
Estamos a tiempo de resucitarlo todo.
¿Vale más lo superficial o lo
cualitativo? Tú mismo.
José
Antonio Montero Fernández.
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