viernes, 4 de octubre de 2019

Mi Cristo vivo

“Gracias al alma, el hombre piensa, actúa y ama.”

Todavía retumban los aplausos en mis oídos. Juguetea la ilusión con el sol de aquellos días, el roce de la medalla con el frío de esas noches. Es imposible ver la muerte en este universo de madera. Porque su ser es un tiempo que palpita, un niño que sonríe y una realidad que existe.

¿Cómo la muerte ocupa tan poco en Él? ¿Qué tiene dentro este milagro para transmitir tanta paz, tanta pureza, tanta verdad? La incongruencia eterna de esta ciudad… ¿Cómo algo tan muerto puede estar tan vivo? Cualquiera podría pensar que todo esto que late con tanta fuerza dentro de mí es un sinsentido, una locura. ¿Pero acaso es amor el amor sin ser locura?

¿Qué es? ¿Qué tiene dentro? ¿Cómo recoge la luz y la transforma? ¿Cómo mantiene la dignidad? No cabe ante Él lo simple, no existe. Es un Cristo que vive y que da vida, que aconseja, que da lecciones, que se hace bondad cuando le rezas. ¿Por qué? ¿Qué tiene? ¿Qué tiene para ser tan virtuoso, tan divino, tan orgánico?

Alma. Mi Cristo tiene alma. Por eso vive, aunque lo veamos muerto. Porque todo lo concentra dentro. No vale solo con admirarlo en su superficie, hay que nadar en su interior. Y en ese mar es donde está el sentido de mi Cristo. En ese mar donde las cosas hay que buscarlas por dentro, donde la reflexión y la experiencia conducen al saber, donde hay que sentir para entender. A mi Cristo no hay que verlo muerto, hay que sentirlo vivo. Hay que sentir su alma.

¿Y qué es el alma? El alma es un barrio, un arrabal, una manera de sentir y de llorar, un motivo por el que volver. Una locura de amor que desemboca en un recuerdo, en un deseo imposible, en una esperanza. El alma es lo que a levanta los pueblos, lo que sostiene la vida. Lo que imaginamos y lo que no, lo que conocemos y lo que no. Es la verdad de una persona, su espejo, su tiempo. Es aquello que no se ve con los ojos.

Por eso mi Cristo vive, por eso mi Cristo sana. Porque no es un trozo de madera de tres siglos y medio, es todo lo contrario. Mi Cristo es un Cristo vivo, un Cristo puro, un Cristo de verdad. Es el camino más sincero a la Verdad. En Él está la Verdad. La que enloquece cada resquicio de mi vida, la que sostiene en pie mis anhelos, la que me enseña y me guía. La Verdad de un niño que sonríe, de una realidad que existe. Y todo, todo cuanto pueda vivir en Él, habita en su interior.

Mi Cristo de la Salud. Y su barrio.
Una constante lección de amor.
Una constante lección de vida.
Un niño que cree con el alma.
Ayer, hoy y siempre. Mi Cristo vivo.



José Antonio Montero Fernández.

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